Diana de Poitiers (1499-1566) Hedonista y diplomática

Que no se diga que el gusto de los jóvenes por las mujeres maduras empieza con las estrellas actuales de Hollywood. Cuando Henri II, hijo de François I, se encapricha de Diana de Poitiers, no tiene más que 19 años. Ella, viuda de un aristócrata de alto linaje, le saca/le supera en 20 años. Para gobernar el reino y llevar a los Habsburgo a la guerra, el joven rey dispone de una autoridad sin igual/ sin defectos, pero cuando se trata de amor, le gusta que le mimen e idealiza a la que se convierte en su dueña en varios aspectos. Más culta que él, experta en el amor, y considerada la Venus de su tiempo, Diana participa en su educación y le da consejos. Al ser muy católica, combate la influencia del partido protestante en pleno auge. Es ella también la que sugiere a Henri II que no abandone a su esposa legítima, una tal Catalina de Médicis, que tarda en darle un heredero a la corona (ver más abajo). La florentina entra sin embargo en guerra en contra de una favorita demasiado poderosa cuyo culto confina/ encierra la idolatría: el rey manda construir estatuas de Diana la cazadora como su favorita. Privilegiada/mimada, Diana dispone de una corte brillante, protege a pintores (como François Clouet) y poetas (como Ronsard) e incluso le llegan a ofrecer algunas joyas de la corona y el castillo de Chenonceaux, los cuales restituirá no antes de la muerte del rey en 1599, y se retirará en su castillo d’Anet (en Eure-et-Loir) y finalmente fallecerá en