La patera
El narrador observa cómo los miembros de una patera intentan subir a bordo de su barco.

Veo una barcaza llena de gente. Hombres apretados uno contra otro. No sé cómo no se hunde, con tanta carga. A popa un hombre maneja el timón y se dirige hacia nuestro barco, pero no a la escala habitual porque, ya junto a ella, el timonel vira de pronto y se aleja. Yo contemplo la maniobra y sin duda hago gestos de extrañeza pues, a mi lado, alguien me habla:
-Es una patera de inmigrantes clandestinos... Habrán hallado cerrada la escala convenida.
Me vuelvo hacia un hombre de unos cuarenta años, de tez bien curtida por el aire marino. […]
-Está usted muy enterado.
-Soy del servicio de inmigración. Hoy libre, pero por allí viene otra patera y si se complican las cosas me llamarán para echar una mano... Bueno, ya empieza a subir uno... Que no caigan al agua, porque no se salvan.
-¿Estando ya casi a bordo?
-Los hay que se ahogan hasta en una playa. Mire, los subsaharianos no saben nadar. No han visto el mar, no piensan en flotar, ni siquiera bracean: Se quedan quietos, tragan y se ahogan... Cuando se les hunde una patera, aunque lleguemos pronto con nuestro barco, siempre se nos muere alguno. No nos da tiempo a salvarlos a todos, no colaboran...
-Es incomprensible.
-Si los viese lo comprendería. Llegan agotados de tanto andar, con hipotermia de la navegación nocturna, con quemaduras por el combustible y el sol con el agua salada, les duele la cabeza... Están como atontados, parecen cosas, muchos están acabados... Otros lloran de dolor y de miedo, desesperados, nerviosos... No están en su ser; se entregan a la suerte... Hemos recogido también mujeres embarazadas; quieren que sus hijos sean de aquí... No hablan, esperando que así no se sepa de dónde son; no cuentan nada por temor a la policía. […]
-¿Viajan sin nada? -pregunto.
-Casi. Un atado de ropa, con frutos secos, dátiles... Eso sí, algunos hasta se traen su teléfono móvil. Y cuando llegan, llaman.
-¿A