Mi abuelo

Yo nací en la Portuguesa, una comunidad de refugiados catalanes situada en la selva de Veracruz, en México. Mi madre se casó ahí con mi padre, que es mexicano. Pasé mi infancia viendo España en filminas. Mi abuelo nos reunía en la sala y proyectaba imágenes de las Ramblas, aderezadas siempre con la misma historia, que era un recuento sentimental fraccionado por grandes espacios de silencio. Siempre tuve la impresión de que la verdadera historia era la que se contaba durante esos espacios. El recorrido empezaba en la fuente de Canaleta y terminaba en la estatua de Colón. Era su paseo dominical por esa ciudad a la que no podía volver mientras viviera Franco. Los 25 de diciembre por la noche nos poníamos todos alrededor del aparato de teléfono, en suspenso, mientras mi abuelo marcaba un número de Barcelona. Hablaba con su hermana y su sobrina, y luego nos daba el auricular para que habláramos con ellas no más de un minuto : se trataba de un lujo anual que salía carísimo. Eran llamadas más bien tristes : mi abuelo colgaba pensando que no volvería a verlas nunca. Para nosotros era un esfuerzo creativo : había que imaginarlas y echarlas de menos sin más instrumentos que su voz. Fotografías no había. A veces una imagen acada perturbando la estabilidad emocional. Cada familia combate la nostalgia como puede.
Los sábados, mi abuelo nos llevaba a Córdoba, una ciudad pequeña con una colonia importante de españoles. Comprábamos el diario y visitábamos una tienda de artículos ultramarinos donde había vino, latas, embutidos y turrones importandos de España. Los domingos comíamos todos en el comedor, incluido los niños que durante el resto de la semana no podíamos pisar esa zona de la casa.

Jordi Soler, El País Semanal,