El terrorista sentimental
Algo se estremeció en sus costillas. La música del órgano alcanzó repentinamente una belleza increíble, los compases de la fuga se perseguían en el aire como libélulas de oro, los quiebros sincopados habían comenzado a extraer destellos de la penumbra faraónica. Un arpegio de ángeles caía en cascada sobre su cogote. No había nada que hacer. Al terrorista le gustaba demasiado Bach.
Aquella música estaba a punto de hacerle saltar las lágrimas, porque le recordaba los tiempos de su infancia en la escolanía.
Era la cuarta vez que le pasaba lo mismo. En su primera salida de terrorista tenía que colocar una bomba en la central de un banco, pero en el salón de ese banco había una exposición de pintura de Solana. El joven amaba mucho a Solana y tuvo que desistir. Después se le encargó que dejara un paquete de plástico en la entrada de la Caja de Ahorros y dio la casualidad de que la portada del edificio era de Churriguera. Tampoco lo pudo soportar. Finalmente viajó a valencia para atentar contra el transbordador de Ibiza, pero en el malecón del puerto había jóvenes con guitarras tocando cosas de los Beatles, esperando