Maquiladoras
Ciudad Acuña. Tiempo de maquiladora, de llamar a la puerta blindada tras el túnel de polvo, al formidable cajón refrigerado y con luz tan bien fingida que parece natural, día perpetuo, veinticuatro horas al día siete días a la semana, para que se sucedan los turnos de nueve horas (por no hablar de las extras que casi nadie rechaza, y no por no indisponer a los patrones, sino para sobrevivir) y el tiempo sea eterno retorno como la cadena de montaje. «Aire de la maquila, el aire laboral del norte de México», escribe Roberto Bolaño en «2666». Desde que el gobierno mexicano impulsara los programas Nacional Fronterizo (1961) y de Industrialización de la Frontera (1965), de Matamoros a Tijuana, casi toda la franja norte mexicana, su polvorienta línea Maginot, está formada por una red de maquiladoras: «fábricas de capital extranjero donde se manufacturan o montan las distintas piezas de un producto con vías a las exportación y mediante mano de obra barata», sintetiza Sergio González Rodríguez en «Huesos en el desierto». Dice una jota castellana: «Molinera, molinera / a la hora de maquilar / ten cuidado con la piedra / no se te vaya a parar». En Vallelado, provincia de Segovia, maquila era la parte que se daba al molinero por la molienda, a veces en la misma harina, otras en especie distinta. Aunque algunas han empezado a emigrar a China a cambio de salarios más paupérrimos, muchas brotaron en polígonos cedidos por los sucesivos gobiernos con regalías para el inversor foráneo, sin apenas contrapartidas en impuestos por beneficios, propiedad, importaciones, exportaciones... y por supuesto poniendo a disposición de propietarios y directivos (que aunque trabajen en México suelen residir en el lado gringo de la existencia) a la policía: siempre lista para apalear «agitadores» que piden sindicatos, mejores sueldos y condiciones. Los parques industriales donde se alzan las maquiladoras son a menudo la parte mejor urbanizada de las ciudades que las hospedan,