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Aunque muchas tascas históricas madrileñas, todavía en active o ya archivadas en el recuerdo, hunden en sus raíces en la primera mitad del siglo XIX, el apogeo de la tapa en la capital es un fenómeno relativamente moderno, que adquirió proporciones de envergadura en las décadas siguientes a la postguerra española.
Las tapas españolas son, potencialmente, la mejor comida europea. Una forma de comer muy saludable, inmersa con todos los honores en el alma de la tan cacareada dieta mediterránea. El pan, los pescados azules, el aceite de oliva, los derivados del cerdo, las legumbres, las verduras y el vino, claves de la alimentación meridional, conforman su magno universo.
Para acompañar una bebida, el cliente de bar puede optar –o ser obsequiado con mini sándwiches, hojaldritos, aceitunas, queso en tacos o frutos secos. Se reconozca o no, Madrid tiene sus tapas características –callos a la madrileña, boquerones en vinagre, albóndigas, tortilla de patatas, ensaladilla que, aunque no sean patente exclusiva de la capital, merecen el calificativo de madrileñas. A esta especialidades castizas se suman en la actualidad decenas de pinchos –tapa en auge, que son versiones reformadas de los afrancesados canapés o los tradicionales montados, es decir, rebanaditas de pan con viandas encima, cuya versión ampliada son las