La crisis Irlandesa

La entrada de Irlanda en la Unión Europea, en 1973, profundamente modificó la economía del país y permitió la convergencia de su nivel de vida hacia la media europea. La transformación de la economía llegó a cualificar Irlanda de Tigre céltico en los años 1990. Su crecimiento era entonces del 6 % al año.

El precursor de la crisis es la vuelta del mercado inmobiliario, en respuesta al aumento de la población y a las subidas de salario. En los años 1990, la demanda de trabajo era tan fuerte que las multinacionales acudieron a los inmigrados, Irlandés y europeos, en particular Polacos.

Esta población más numerosa se dotió de mejores rentas. Porque, con crecimiento extraordinario que conoció Irlanda, todos los sectores se desarrollaron. Los campos en crecimiento pleno, ofrecieron salarios en subida.

Pero hay un contagio de las subidas de salarios de los sectores competitivos hacia otros menos productivos. Esto hizo subir los precios de la economía. Desde el principio de los años 2000, Irlanda conoció tensiones inflacionistas, con tasas próximas del 5 %, desfavorables al crecimiento económico.

Además, los irlandeses doparon el sector de los bienes inmuebles. La demanda inmobiliaria se volvió tan fuerte como acabó en una burbuja. El problema fue lo mismo que en los Estados Unidos o en España: los bancos consideraron que podían otorgar préstamos sin garantías efectivas de créditos.

Al mismo tiempo, el desarrollo rápido de los servicios, particularmente bancarios e inmobiliarios, en detrimiento de los productos manufacturados, provocó una disminución de la productividad. Al final, la burbuja inmobiliaria prorrumpió en 2006.

La situación actual es catastrófica: este año, el déficit público alcanza el 32 % del PIB, la deuda pública el 82 % y el paro el 14 % (se triplicó desde el 2007). Dos razones principales explican este tanteo excepcional del déficit: el aumento de la tasa de desempleo, arrastrando el pago de indemnizaciones y de