Un équivoco revelador
A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la normalidad y compartiéndola9 con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura10 la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado12 hasta acabarlo y uno da cuenta13 del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras14 y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo15 colocado sobre el respaldo16 de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores.
Rosa MONTERO, "El negro", El País,