Huyendo de pinochet
Hubo un tiempo en que yo fui el niño más triste de Berlín. Me da vergüenza contar esto que viene. No me gusta decir de mí mismo que era un "niño", porque mi papi nos dijo que desde ahora en adelante se había acabado la niñez para nosotros. Que las cosas iban a ser muy duras, y que teníamos que portarnos desde ya como hombres. Qne no anduviéramos pidiendo cosas porque no nos alcanzaba para comer. Que los alemanes tenian una solidaridad mas grande que un buque, pero que nosotros debiamos rascarnos con nuestras propias unas. Que la plata que juntaban los alemanes tenia que ir companeros que estaban dentro de Chile. Que cada peso que gustaban en nosotros aqui, era un dia mas que duraba alla el fascimo. Dijo mi papa que fuéramos hombrecitos y que no nos metiéramos en líos. Que aquí estábamos como asilados políticos, y que en cuanto nos enredáramos en un lío nos echarían. Mi papi es especialista en echar este tipo de discursos. Durante una semana anduvimos en punta de pie. Subíamos los cinco pisos hasta el departamento como fantasmas para que las viejas no reclamasen. Y durante seis meses no le vimos ni el pellejo a la carne (3), a no ser por alguna salchicha despistada.
Ahora que lo pienso bien, yo creo que no era el niño más triste de Berlín, sino de Europa, porque estar triste en Berlín no se lo recomiendo a nadie. Y estar triste y sin un pfennig (4), es para ponerse a llorar a gritos. Cuando hacía mucho frío me metía al sexto piso del KaDeWe (5) y allí no lo pasaba mal. Siempre hay señoritas que ofrecen cosas de propaganda en la sección comestibles, y yo agarraba de esto y lo otro. Un pedazo de queso, después una galleta, después un chocolate, un vasito de vino, un camarón (6) cocido. Si uno hacía la vuelta completa, podría darse por almorzado (7). Yo de hambre no me