Lo peor es que las desgracias no suelen anunciarse. No hay perros que ululen al amanecer señalando la fecha de nuestra muerte, y uno nunca sabe, cuando comienza el día, si le espera una jornada rutinaria o una catástofe. La desgracia es una cuarta dimensión que se adhiere a nuestras vidas como una sombra ; casi todos los humanos nos las apañamos para vivir olvidando que somos quebradizos y mortales, pero algunos individuos no saben protegerse del temor del abismo. Zarza pertenecía a ese último grupo. Siempre supo que el infortunio se aproxima con callados e insidiosos pies de trapo. Aquel día, Zarza se despertó antes de que sonara la alarma del reloj y en seguida advirtió que se sentía angustiada. Era un malestar que conocía bien, que padecía a menudo, sobre todo por las mañanas, en la duermevela, al salir del limbo de los sueños. Porque se necesita cierto grado de confianza en el mundo y en uno mismo para suponer que la realidad cotidiana sigue ahí, al otro lado de tus párpados apretados, esperando con mansedumbre a que te espabiles. Aquel día, Zarza no se fiaba especialmente de la existencia, y permaneció con los ojos cerrados, temerosa de mirar y de ver. Estaba boca arriba en la cama, todavía atontada y sin haber acabado de ensamblar su personalidad diurna, y el mundo le parecía ondularse a su alrededor, gelatinoso e inestable. Ella era una náufraga tumbada en una balsa sobre un mar tal vez plegado de tiburones. Tomó la firme decisión de no abrir los ojos hasta que la realidad no recobrara su firmeza. Rosa Montero, El corazón del tártaro.
Lo peor es que las desgracias no suelen anunciarse. No hay perros que ululen al amanecer señalando la fecha de nuestra muerte, y uno nunca sabe, cuando comienza el día, si le espera una jornada rutinaria o una catástofe. La desgracia es una cuarta dimensión que se adhiere a nuestras vidas como una sombra ; casi todos los humanos nos las apañamos para vivir olvidando