BUENOS AIRES.- Daniela empujaba su carrito, lleno de cartones, por una calle del barrio de Palermo. La chica, su hermanito de siete años y su tía Amanda se detuvieron, como de costumbre, frente a los puestos de los artesanos que exhiben sus trabajos en la Plaza Borges. La joven se perfumó con el sahumerio del incienso que prepara su amigo Carlos, compró unos alfajores para ella y su equipo y luego se probó, ante el espejo, un collar hecho de semillas de árboles. Embelesada con su propia contemplación, no advirtió que un individuo le tomaba fotos desde todos los ángulos, murmurando para sí «increíble, sencillamente increíble». Porque, aun ataviada con sus humildes prendas, el cabello revuelto y los ojos apagados de fatiga, Daniela es de una belleza que corta el aliento. La tía Amanda se acercó al fisgón y le amenazó con el bastón que usa para espantar a los perros y a los «cartoneros piratas» que suelen robar el cargamento de los otros para venderlo en los centros de reciclaje. El fotógrafo se deshizo en disculpas y enseñó a Amanda una tarjeta de visita que la mujer, siendo analfabeta, no pudo descifrar. En el papel decía: «Julio Pagliattini. Agencia Haru Models». Desde ese momento, la vida de Daniela tomó un giro alucinante, como de cuento de hadas. En menos de un mes, la cartonera de ojos verdes y pelo color azabache se transformó en una de las maniquíes argentinas mejor cotizadas. Su foto aparece en los gigantescos carteles que hacen publicidad a los perfumes de Christian Dior a orillas de la carretera Panamericana. Y también en la carrocería de los autobuses de la línea 176, que atraviesa las calles de Lanús, el barrio de obreros ubicado en las afueras de Buenos Aires, donde la familia Cott tiene su humilde residencia. Con su primer sueldo, Daniela invitó a sus familiares y a otros cartoneros a cenar en un buffet chino. «Apenas probó una ensalada. Los ojos se le llenaban de lágrimas y mi sobrina decía: 'Tía, pellízqueme, porque creo que estoy